miércoles, 7 de enero de 2009

Continuación, capítulo anterior .

No se cuantos años llevo arrastrándome, esperando observar tus ojos, esos que ingenuamente me hicieron creer en una desvirtualización, hasta de mi mismo.

Me observo el cuerpo y necesidad de tenerla ceca de mi piel, desvarió en lágrimas de sangre.

Años, atardeceres, horas, llevo esperando que me rescate, este desierto anhelo ver su pubis reforzando mis muslos maltrechos, la electricidad en la piel no sostener la palabra en la boca.

Me resuena tu nombre como un mar fonético en la lengua, Franchesca, debía haberte expuesto mi terquedad en la mente antes de recatarme y sustituirte.

Necesito saber que tu boca aún me espera antes de volver equivocarme.


Son solo recuerdo que viajan en esta imagen espejoria de una palabra repetida a pedazos, son imágenes cortadas de una historia que ya no me pertenece.
Solo tengo una brisa en el vientre y una vaguedad de tinta para escribir.

Me quedo estática solo respirando intentando por imaginación mover mis piernas con ese aire que no consigue ser presero para mi vientre.

He sido mi madre hasta mi propia pareja durante decenas de fragmentos mientras escrito, visualizó épocas místicas componiendo y desfragmentando mi propio cerebro casi sin neuronas intercaladas por denditras.
Me desdibujo en personas muertas que sueñan con tener vida en búsqueda de un ocultismo de la edad media, un secreto, escuchado por ecos de bocas de mi abuela muerta.



Pero las palabras no me alcanzan, se me asfixian en un alma sumergida de sueños en busca de esa que debería ser.

Una luz adornada en el centro de mis adentros, una luz guiaba los pasos de aquella, una sombra de una cuerda una mujer colgada de una cuerda, una mujer marioneta, sin cuerpo sin carne, una mujer sin rostro, sin voz, sin pies, sin ropa.

Una sombra negra con ojos negros claros, en una pantalla externa, unos estampidos sonámbulos terroríficos de gritos de hombres y mujeres a unísono, en escala mayor sin consonantes.

Una mujer escondida con las manos en la cabeza, sollozando, con harapos de colores brillantes, un hombre en una puerta, casi en penumbras, de blanco, observa la mujeres esquelética colgar del cielo.

Se callan las voces, el silencio inverna, el escenario aparece, observa al hombre vestido de blanco le toca sutilmente el rostro, se entrega al cuerpo a cuerpo desquilibradamente por medio de una danza extraña sin música.


Desperté contemplando aquellas palabras que repetía en un silencio húmedo.
Me visualice en esa mujer abrigue en el pecho por instantes una ilusión imperecedera, allenarando cada segundo de esa historia en que mi mente se envolvía, fui entonces como de niña todos los personajes de la escena.

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